“(…) coleccionar palabras, prenderlas en mí como si ellas fueran harapos y yo un clavo, dejarlas en mi inconsciente, como quien no quiere la cosa (…)”.Alejandra Pizarnik
Hay
situaciones, momentos, en los que necesitamos hablar, escribir. Escupir
palabras. Expresar y largar. Las emociones se escapan en forma de lágrimas o
risas. Incluso, muchas veces, ambas. Mezclas y contusiones. Colapso. El ser
humano tiene una necesidad mortífera de expresar. Somos animales de
sentimientos. Los podemos ocultar un tiempo, sí. Trastocar para que el mundo
crea que somos puro raciocinio, sí. Pero no es así como funciona.
Ocultamos.
Ocultamos para no desnudarnos, no mostrar lo que nos afecta. Ser intocables. A
veces, muchas veces, buscamos una palabra. Pero en varios casos es diferente:
buscamos una explicación. Imaginar, estar en el lugar, en el pensamiento, en la
desesperación. Desagotar el sufrimiento y hervirlo hasta evaporarse.
Nimiedades.
Creemos
que es una pavada, que ya pasara, que son cosas del momento. Momento, el
absurdo presente del tiempo. La mente y su conjugación. La mente y sus
vicisitudes. Sus engaños. Los sentimientos ya no son instintos. Se
vuelven mentales. Coagulan en un plan. Tretas e ignominias. ¿Para quién? Con
uno mismo.
El
viento sopla y con él los recuerdos. Ira, arrepentimiento, culpa. Mezcla de
imágenes. Momentos, otra vez aparece el absurdo. Ser un extranjero, no en
tu ciudad, no en tu barrio, no en tu cuadra. Ser un extranjero en tu cuerpo.
Cuando ya no te pertenece. Cuando te ahoga y te asfixia. Cuando ya no podes ser
vos. Cuando ya coaguló. Desagotar el sufrimiento y hervirlo hasta evaporarse.
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